Mi amigo Xavier Ferràs, gran divulgador de la innovación, escribía hace pocos días un magnífico post sobre la conciencia artificial y, aunque recordaba que la Ciencia está aún lejos de saber cómo se genera, abría la puerta a los robots con alma y a su consideración en nuestra sociedad. Yo, como él, también me siento atraído por ese doble reto de la humanidad: Saber dónde reside nuestra conciencia y –después- dotar de ella a las máquinas.
Curiosamente, a pesar de los grandes avances de la Ciencia, aún hoy no hemos superado el primer paso: no sabemos dónde se sitúa la conciencia humana. Las teorías predominantes la sitúan en el exterior de las neuronas, en los millones de conexiones que se establecen entre ellas. Pero tardaremos tiempo en conocer exactamente en qué lugar y de qué forma se genera esa nuestra “alma”. Aprovecho para decir que el día que alguien lo descubra, será gracias a esa tan denostada Ciencia fundamental.
Una línea de investigación (y reflexión), iniciada ya en los años 90 del siglo pasado, es la de Penrose y Hameroff, dos personajes distintos que han encontrado un curioso encaje personal. Roger Penrose es un célebre físico y matemático inglés, profesor emérito de la Universidad de Oxford. Sus contribuciones principales las ha realizado en los ámbitos de la cosmología (es defensor de las teorías de un universo que se contrae y expande, cíclicamente). En ese campo colaboró con Stephen Hawking. En 1988 recibieron conjuntamente el Premio Wolf de Física. También ha trabajado en el campo de la relatividad general. Pero Penrose es principalmente conocido por el gran público por su papel de filósofo (y además, valiente, y por tanto polémico). Su teoría sobre la mente humana es lo que le ha dado más fama. Escribió un libro (La mente del emperador) que se considera de culto. Penrose cree que NUNCA podremos construir una verdadera inteligencia artificial, dotada de conciencia. ¿Por qué cree eso? Considera que hay “algo” en nuestra actividad mental que no es programable matemáticamente y por tanto trasladable a un ordenador. Él no cree, a diferencia de las teorías predominantes, que la conciencia humana esté en las conexiones neuronales. Penrose considera que… ¡la conciencia y el cerebro son dos entidades separables! En esa parte consciente, él incluye también la intuición, la creatividad, la inspiración y la comprensión. Y que nadie piense que se trata de religión. En absoluto. Penrose nunca se ha aproximado a este tema pensando en creencias. Stuart Hameroff también considera que conciencia y cerebro son algo distinto. En sus trabajos como anestesista se interesó por las experiencias de conciencia extracorpórea que algunos de sus pacientes experimentaban.
Ambos, Penrose y Hameroff se encontraron cuando el segundo presentó sus teorías al primero: Nuestra conciencia reside DENTRO de las neuronas, en los llamados microtúbulos. Sobre esa base, han formulado la teoría de que ahí dentro, a escala cuántica, los actos de conciencia producen una distorsión del espacio – tiempo, al colapsar la función de onda cuántica, en lo que ellos llaman una reducción objetiva orquestada (Orch OR). Por tanto, sus propuestas sugieren una conexión entre los procesos biomoleculares cerebrales y la estructura del universo. Sugieren en definitiva que esa nuestra conciencia personal es “externalizable” al cuerpo y que puede llegar a ser conectada a una conciencia universal. Sugieren que nuestra conciencia forma parte de un todo más amplio (en el que además, estaría también incluida la conciencia de otros seres vivos).
Entonces, ¿Cómo crear una nueva conciencia artificial y después integrarla en un todo? Ellos no lo creen posible, a diferencia de los defensores de las líneas de trabajo de la llamada “Inteligencia Artificial Dura”.
Hay muchas críticas a esas teorías de Penrose y Hameroff, que además en los últimos años ha sido cuestionada por observaciones científicas. Pero simultáneamente otros investigadores se suman a esa idea de la conciencia cuántica y conectada. Por ejemplo, Meijer y Geesink de la Universidad de Groningen. El primero es profesor de farmacocinética y el segundo experto en nanotecnología. Juntos han publicado un artículo en la revista NeuroQuantology, dedicada a neurociencia y física cuántica. En su artículo defienden que la conciencia no es exclusiva del cerebro, sino que surge en todo el universo. El cerebro está conectado con el cosmos, a través de mecanismos cuánticos, con campos como el de la gravedad.
Por supuesto, todas esas teorías son aprovechadas por la religión. Y están distantes a ella. En cualquier caso, lo que sí demuestran -sin lugar a dudas- es que aún nos falta mucho para saber donde reside nuestra conciencia. Y estamos aún mucho más lejos de crear una posible conciencia artificial.
Aunque no debemos dejar de trabajar duro para conseguirlo, es frustrante constatar que ninguno de nosotros lo verá nunca.