Este artículo es un pequeño fragmento de mi tesis doctoral. Fue escrita hace muchos años. Pero a pesar de ello, creo que os puede interesar. Constituye un rápido recorrido por el proceso de formación de la universidad en Estados Unidos.
Las primeras universidades (Bolonia, París, Oxford) aparecieron durante el siglo XII. La única función de aquellas instituciones primigenias era la docencia. La ciencia, hasta los siglos XVII y XVIII, avanzaba por las actuaciones individuales y de determinadas sociedades. Las universidades no participaban en el proceso de generación de conocimiento y se limitaban a transmitirlo. Algunas referencias sitúan a la primera universidad investigadora en la de Berlín, fundada en el año 1809. Otros autores consideran que fue la Universidad de Göttingen, también en Alemania y creada el 1737. La universidad investigadora fue, en gran medida, consecuencia de los primeros efectos de la industrialización.
Como en muchos otros aspectos de su sociedad, se adivina en la universidad americana la impronta de los fundadores del país y de las circunstancias con qué estos se encontraron. Los Estados Unidos fueron creados por gentes que provenían de países avanzados, buenos conocedores del modelo de universidad existente en las naciones occidentales. En consecuencia, el país nació y se desarrolló con un fuerte compromiso hacia la educación como base del progreso. Por ejemplo, la Universidad de Harvard se creó en el año 1636, sólo 16 años después del establecimiento del asentamiento de Plymouth, en Massachusetts. A finales del siglo XVIII, cuando se formaron los territorios de la parte norte del medio-oeste, se impulsó una universidad en Athens, Ohio. Poco más tarde, Thomas Jefferson gestionó el que consideraba que sería uno de sus legados más importantes, la Universidad de Virginia. Ahora bien, la investigación americana ha tenido una cierta importancia sólo desde hace unos 100 años.
Se identifican varias etapas en la evolución de la universidad investigadora en Estados Unidos. En una primera, que llega hasta principios del siglo XX, un pequeño número de instituciones adoptaron el modelo alemán, el cual, inmediatamente, fue ampliamente difundido, pero también modificado, en un sentido más utilitarista. Así, en el año 1862, con la denominada Morril Act, se crearon las land-grant universities que, además de los programas tradicionales en ciencia más pura, debían de ofrecer otros más específicos en los campos de la ingeniería y la agricultura. La Morril Act fue el inicio de un cambio de tendencia de la universidad americana. Se mezclaba el modelo alemán, que ponía énfasis en los valores culturales, con un modelo más pragmático, que impera en la universidad actual. Por lo tanto, ya en esta primera etapa, se asumió que la universidad tenía la obligación de prestar un servicio económico y político al país. Estos cambios, combinados con una situación económica favorable, provocaron un estallido de actividad universitaria, con la creación de colleges y la participación, mediante donaciones, de muchos industriales que reconocían el sentido práctico de las enseñanzas universitarias. Es, pues, en aquellos años, a finales del siglo XIX, cuando la universidad comienza a hacerse sensible a las necesidades industriales y crea nuevas disciplinas científicas y programas de formación orientados a la solución de problemas de la empresa.
A principios del siglo XX, en lo que puede considerarse una segunda etapa de la universidad en Estados Unidos, había ya aparecido la función investigadora. En ese momento, a pesar de ser la financiación escasa, unas quince instituciones dedicaban esfuerzos a la investigación. Algunas de estas primeras universidades investigadoras fueron la Universidad Johns Hopkins, que inició sus actividades en el terreno investigador en 1876, la Universidad Clark, el 1890, la Universidad de Stanford, el 1891, y la Universidad de Chicago, el 1892. Durante la primera mitad del siglo XX, el sistema universitario americano fue evolucionando y sus instituciones académicas se colocaron al nivel de las europeas. Ahora bien, en el año 1939, sólo había dieciséis universidades investigadoras y la investigación que realizaban era diversa, sobre todo debido a la carencia de coordinación entre los agentes que la financiaban. El gobierno no tenía tampoco una política científica clara y priorizaba la investigación aplicada.
Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial cambió radicalmente la consideración del gobierno hacia la universidad. En 1940, Vannevar Bush convenció al presidente Roosevelt de que los científicos podían contribuir a ganar la guerra desarrollando tecnología militar, contribución que no comportaba crear una gran estructura nacional de organización y supervisión, que hubiese supuesto tiempo, sino que únicamente hacía falta dinero.
Las aportaciones de la ciencia fueron tan espectaculares (energía atómica, radar, desarrollos en aeronáutica, etc.) que motivaron la definición de una política científica y el establecimiento de agencias gubernamentales con la misión de asignar fondos de investigación. El origen de este proceso se encuentra en la propuesta de apoyo público de la ciencia denominada Science, the Endless Frontier, presentada el 1945 por el mismo Bush, en aquellos momentos director de la Office of Scientific Research and Development. La propuesta comportó la creación, en 1950, de la National Science Foundation (NSF). Esta fundación es hoy en día dirigida por el National Science Board, órgano compuesto por 24 miembros a dedicación parcial que provienen de la comunidad científica. La NSF tiene por objetivos apoyar a la investigación fundamental en todos los campos científicos y de la ingeniería. Las herramientas que tiene para hacerlo son becas y contratos con las universidades y otras instituciones de investigación. Las solicitudes las hacen los mismos científicos y se evalúan mediante el sistema de evaluación de expertos (peer review).
Aquellas actuaciones de los años cuarenta abren una etapa que durará hasta los noventa. En ella, se dan dos hechos importantes. Por un lado, la financiación sube de manera espectacular. Concretamente, la de 1993 era más de 25 veces superior a la de 1940. La carrera espacial ayudó a este incremento. La National Defense Education Act de 1958, promulgada en respuesta al éxito soviético de la Sputnik de 1957, motivó que los fondos federales destinados a investigación universitaria se duplicasen. Por otra parte, la actividad investigadora se extendió a más universidades. Así, en 1963, las primeras veinte instituciones académicas disponían del 50% de la financiación. En 1991 sólo del 33%.
A principios de los años setenta, a pesar de la visión pragmática a la que hemos hecho referencia, la relación universidad – empresa era aún débil. Los motivos eran diversos. Por ejemplo, la universidad estaba muy focalizada en la investigación básica, alejada de las necesidades empresariales, y en la tecnología militar. Existía también un escaso interés de los licenciados universitarios por el trabajo en la industria. Además, la investigación industrial básica disminuyó y se alejó, por tanto, de la que se hacía en las universidades.
De todos modos, la situación cambió a mediados de los setenta. El país detectó que otros competidores mundiales eran más hábiles innovando. Este hecho motivó la pérdida gradual relativa de mercado global por parte de las empresas americanas intensivas en tecnología y generó dudas sobre los retornos que se obtenían de la gran inversión en investigación. La preocupación condujo a un análisis sobre cómo la investigación básica se convertía en productos comercializables. Se iniciaron actuaciones orientadas a fortalecer la relación universidad – empresa así como las colaboraciones de I+D entre empresas. Además, los trabajos en investigación básica que se habían desarrollado en las universidades en los años previos empezaron a dar resultados, en el terreno de la electrónica y la biotecnología, principalmente. Del mismo modo, la financiación pública disminuyó y las universidades tuvieron que acudir a fuentes privadas. En este contexto, en 1980 se promulgó la Bayh-Dole Act, que permitió que las universidades americanas pudiesen patentar invenciones generadas a partir de proyectos financiados con fondos federales. Esta ley ha sido en buena parte responsable del fuerte incremento que la transferencia de tecnología por licencia de patentes ha tenido en las universidades americanas en los últimos veinte años.
Finalmente, la última etapa se inició en 1990. A principios de la década de los noventa, las características más importantes del sistema universitario investigador eran las siguientes. Por un lado, la financiación del gobierno a la investigación se había hecho incierta. Por otro lado, continuaba el efecto de distribución de la financiación. Así, en 1971 eran 565 las universidades que recibían financiación pública y en 1991 habían pasado a ser 759. Finalmente, continuaba también la fuerte implicación de la universidad con su entorno a través de la transferencia de tecnología.
La siguiente reflexión de Rosenberg puede constituir un resumen sobre el tipo de universidad que ha surgido de este proceso histórico. Según Rosenberg el sistema universitario americano presenta dos características principales:
- Una es que la excelencia de la ciencia universitaria americana es un logro reciente en la historia. Un ejemplo de ello lo constituyen los premios Nobel conseguidos por diferentes países. Hasta los años treinta, Alemania, Inglaterra y Francia superaban claramente a los Estados Unidos y, en esos momentos, los estudiantes americanos ambicionaban hacer el doctorado en una universidad alemana. Tanto una cosa como la otra han cambiado totalmente en los últimos cincuenta años.
- La segunda característica que Rosenberg detecta es que las instituciones académicas americanas han sido y son muy receptivas y reaccionan ante las necesidades económicas y las oportunidades de su entorno. Es por ello que las universidades americanas tienen que ser entendidas como instituciones económicas que han tenido un gran éxito en la producción y la difusión de conocimiento económicamente útil. Un ejemplo de esta manera de actuar es la rapidez con que introducen nuevas disciplinas en el momento en qué se considera que podrán tener una utilidad potencial, hecho que históricamente ha pasado incluso en los campos de conocimiento en qué otros países eran líderes, como en el caso de la electricidad, la aeronáutica, la ingeniería química o la estadística.