La personalidad de los países y su influencia en la innovación.

¿Tienen personalidad los territorios, sean regiones, países o continentes? Asumiendo que así sea, ¿cómo influye el temperamento de las sociedades en lo que éstas hacen y consiguen? Geert Hofstede dedicó su vida científica a esta cuestión. Su trabajo se inició en los años 70 con un proyecto para IBM en el que estudiaba las culturas locales de 64 países, sitios en los que la corporación estaba ubicada. Hofstede consagró décadas a este tema (murió en 2020, con 91 años). Con su experiencia, respondió a la duda inicial: los países y las regiones tienen efectivamente una forma de ser. Para definirla, Hofstede estableció seis dimensiones:

  • La primera dimensión responde a preguntas del tipo siguiente: ¿Cómo se comportan las élites? ¿Aceptan a quién está más lejos del poder? ¿Cómo sienten los ciudadanos la distribución de poder? ¿Se puede cuestionar el poder? (recuerdo mis viajes al ecosistema de startups de TelAviv. Ahí nos contaban que está en su ADN cuestionar sistemáticamente a quién ostenta la dirección, sea del país, de la empresa o del grupo). Esta primera dimensión es la distancia jerárquica, que establece si una sociedad es más vertical y escalonada o más plana, más igualitaria. Países con distancia jerárquica baja suelen permitir descentralización y distribución de poder.
  • La segunda es el individualismo. O su alternativa, el colectivismo, que supone el sentido de pertenencia a un grupo y el compromiso de cada persona con las reglas de la sociedad. Estados Unidos es un ejemplo de sociedad más cercana al individualismo.
  • Masculinidad-Feminidad es la tercera, una dimensión que analiza si esa sociedad valora más el éxito, la competitividad y los logros (los Estados Unidos, por ejemplo) o si tiende a la modestia, la cooperación y el consenso, y a buscar la felicidad más que el éxito (países nórdicos, por poner un caso).
  • La cuarta es el mayor o menor control y aceptación de la incertidumbre y el riesgo. O, en cambio, la preferencia por las reglas, las normas sociales y la estabilidad.
  • Sigue la orientación a largo plazo; es decir, a como las sociedades y culturas ven y perciben el tiempo. Cuestiones como la perseverancia y el ahorro se relacionan con esta dimensión. Hofstede afirma que China es un ejemplo de país orientado al largo plazo y Estados Unidos o España al corto.
  • La última se refiere a una cultura indulgente y optimista o bien a una pesimista y caracterizada por la contención ante los impulsos naturales.

La propuesta de Hofstede ha sido ampliamente aceptada y reconocida (aunque también criticada y perfeccionada, por otros autores). A partir de ella, un montón de trabajos de investigación realizados por estudiosos de todo el mundo han relacionado estas características culturales con el comportamiento de los territorios en determinados terrenos.

Image by dimagio from Pixabay

Por ejemplo, en el de la I+D y la innovación. Veamos unos pocos de estos trabajos en este ámbito.

En “Does national culture affect corporate innovation? International evidence”, los autores examinan la relación entre cultura nacional e innovación corporativa usando una muestra de 55.272 observaciones de empresas de 27 países, entre los años 1992 y 2016. Encuentran que la probabilidad de que una empresa innove es mayor en sociedades individualistas, indulgentes y optimistas, orientadas al largo plazo, con menor distancia jerárquica, que no evitan la incertidumbre y que son menos masculinas. Los autores recuerdan que esas características culturales influyen en la innovación corporativa a través de las personas, de sus creencias y actitudes. Dicen también que las políticas públicas deberían integrar estas cuestiones. Por ejemplo, no es suficiente con que un país aumente los gastos de I+D (uno de los inputs más relevantes de la innovación). Es necesario también cambiar actitudes y percepciones hacia la innovación

Otro ejemplo: “National culture and corporate innovation“. Este estudio, con datos de 41 países, encuentra también una relación positiva de la innovación con el nivel de individualismo de un país. En sentido contrario, detectan que la poca aceptación de la incertidumbre afecta negativamente la innovación.

Un tercer ejemplo: “R&D Investment in the Global Paper Products Industry: A Behavioral Theory of the Firm and National Culture Perspective”. En este caso, sus autores descubren que en sitios donde la jerarquía y el control son predominantes, así como en situaciones de alta incertidumbre, la inversión en I+D tiende a disminuir. En sentido contrario, en sociedades donde se valora la coordinación colectiva, las empresas tienden a invertir más. En este trabajo, los autores no encontraron una relación positiva entre la inversión en I+D y orientación hacia el futuro de la cultura nacional (argumentan que la causa puede ser el analizar únicamente empresas de un sector muy específico).

Menciono un último trabajo: “Personality, Nations, and Innovation: Relationships Between Personality Traits and National Innovation Scores“. En este caso, los investigadores (aunque se basan en un marco conceptual distinto para definir la personalidad) encuentran que países con una menor distancia al poder y una mayor individualidad pueden estar más inclinados a fomentar un ambiente donde la creatividad y la innovación prosperen. Sugieren también que un alto nivel de colectivismo puede limitar la expresión individual, lo que influye negativamente en la innovación.

Supongo que tú, querido lector o lectora, ya vas viendo cómo van las cosas. ¿Resulta que queremos cambiar el output de nuestro territorio? Pues no sólo hará falta cambiar inputs (poner más dinero, por ejemplo). Es posible que debamos cambiar también nuestra forma de ser colectiva. Pensemos en Europa. Queremos un continente más productivo y competitivo y capaz de competir con los otros dos grandes bloques. Seguro que has escuchado alguna vez esa burla, que expone que “los americanos inventan, los chinos fabrican y los europeos regulan”. Es burla. Pero estamos viendo que tiene su base.

En Europa proponemos ahora un montón de iniciativas para recuperar productividad y competitividad. Pero puede que estemos olvidando la cuestión más importante, situada en la raíz: Nuestra cultura. ¿Somos demasiado colectivistas? ¿Perdemos demasiada energía en el consenso? ¿Premiamos poco los éxitos individuales? ¿Acepta Europa el riesgo? ¿Nos gustan en exceso las reglas, los reglamentos y la burocracia? ¿Está el poder en el continente muy lejos de los empresarios y los emprendedores? ¿Estamos más por disfrutar de la vida que por mejorar y construir el futuro? ¿

Si queremos que nuestro continente compita con otros, no sólo hacen falta grandes planes. También cambios culturales.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.