A pesar de la conexión física y digital global, nada ha cambiado: la ubicación importa. El lugar en el que te encuentras influye en tu disposición a crear innovación y tecnología y en que lo hagas más o menos bien. La innovación, la tecnología, la ciencia, el proceso creativo en general, se produce por interacción con otros. Los sitios en los que hay acumulación de gente diversa (diversidad, esa palabra maravillosa) y de los recursos necesarios facilitan el proceso de creación. Pero, lo más importante es el estímulo, el ambiente creativo, la pasión, la visión de oportunidades. Eso se contagia. Una simple declaración política de un presidente o de un alcalde sobre una determinada apuesta del territorio por la ciencia, la innovación o la tecnología, genera consciencia social y despierta inquietudes. Cuando a esas declaraciones añades iniciativas públicas, privadas y sociales, se inocula el interés, se produce un contagio y se genera una reacción en cadena, cada vez con mayor actividad y atracción de talento. Las ciudades -de un cierto tamaño- proporcionan la mejor escala geográfica para esos procesos reactivos. Richard Florida nos dice que Adam Smith ya vió esa tendencia. Es decir, que las innovaciones y las actividades empresariales tendían a surgir en áreas urbanas, donde la división del trabajo era más pronunciada y el mercado era mayor. Florida añade que las áreas urbanas densas comportan cantidad y diversidad de todo tipo, así como superposición. Las personas diversas establecen rápidas conexiones y combinan su talento para la innovación y la creatividad. Las ciudades son las mejores incubadoras de ideas, innovaciones y empresas.
Las ciudades motivan tres grandes dinámicas de acumulación geográfica: la de la ciencia, la de la innovación y la de las startups. Antes, tuvimos la geografía de la industrialización. La revolución industrial había concretado determinados polos en el mundo, ciudades como Boston, Mánchester o Barcelona. Fueron lugares de gran actividad en esa época industrial. Posteriormente declinaron, en diversos momentos del siglo XX. Pero se han reinventado y tienen también su papel en las actuales geografías.
Vemos también ciudades que decayeron y a las que les cuesta resurgir. Detroit, un enorme centro de acción en 1950, era entonces la cuarta ciudad de Estados Unidos. En 1990 había perdido la mitad de su población y hoy está en la posición 23 en la lista de urbes estadounidenses. Detroit es ahora atractiva por su total decadencia y por su estado de abandono.
El mundo de la tecnología tiene su gran centro en Silicon Valley, que se extiende desde San Francisco hasta San José. En menos de 30 años, Silicon Valley pasó de ser un valle agrícola, con sólo algunas empresas alimentarias, al centro del mundo de todo lo nuevo. Hoy San Jose y sus vecinas Santa Clara y Sunnyvale son la zona de los Estados Unidos con mayor número de patentes por habitante. A otras áreas de ese país les ha ocurrido lo mismo. Prácticamente no tuvieron presencia durante el período industrial y hoy son urbes de innovación y tecnología muy relevantes: Austin en Tejas, Boulder en Colorado, San Diego o el Triángulo de Investigación de Carolina del Norte.
En China, Shenzhen, a pesar de tener 1.000 años de historia, nunca había pasado de ser un pueblo grande. En 1980 tenía unos 30.000 habitantes. Hoy tiene 12 millones y se ha convertido en el Silicon Valley oriental.
Nuestro planeta es como una bola cubierta de puntos centelleantes. Cada uno de ellos es una ciudad. Algunos de los puntos son fugaces y otros estables permanentes; unos pocos aparecen y se hacen enormes en poco tiempo, mientras que otros, que brillaban desde hacía mucho, mitigan su luz hasta desaparecer. Ninguna metrópoli quiere ser un destello fugaz o una luz que se apaga.