Un día no muy lejano alguien anunciará que tiene una tecnología que permite “pescar” y procesar nuestros pensamientos. Seguramente será un grupo de investigación de alguna Universidad quién haya hecho ese desarrollo. Y puede que acabe concediendo una licencia sobre esa tecnología a una spinoff creada por los investigadores principales. Esa spinoff, con grandes aportaciones económicas de capital riesgo, perfeccionará ese primer prototipo y conseguirá conectar la mente humana a una máquina por primera vez, transfiriendo ideas y conceptos. Aunque puede también que ese prototipo sea conseguido por una de las grandes corporaciones tecnológicas –como IBM o Google- o que sea una empresa como Neuralink de Elon Musk.
El anuncio de esa tecnología estimulará a otros grupos de investigación, a empresas y a emprendedores de todo el mundo, que crearán múltiples startups para desarrollar propuestas similares. En este punto, el capital riesgo innovador habrá decidido ya apostar por esas startups pioneras. En ese momento, todas las revistas tecnológicas informarán sobre el tema y los periódicos de difusión general publicarán noticias que parecerán de ciencia ficción. Por supuesto, Gartner incluirá ese reto tecnológico en su famosa curva. Las expectativas serán enormes. Pero el impacto real estará todavía lejos.
Las startups harán propuestas tecnológicas con enfoques científicos distintos. Algunos de los primeros productos para captar pensamientos se basarán, por ejemplo, en nanorobots. Pero otros usarán otras técnicas hoy aún desconocidas (y que también habrán desarrollado los grupos de investigación del sector público). Grandes empresas que hasta ese momento no habían hecho nada en ese ámbito decidirán adquirir -a unos precios enormes- algunas de esas startups. Pero la mayor parte de esas adquisiciones no les servirán para conseguir el liderazgo, ya que, de todas esas soluciones tecnológicas que permitan captar pensamientos, seguramente será solo una de ellas la que acabará dominando el mercado (es lo que nos enseña el modelo o teoría del diseño dominante). Surgirá de las múltiples propuestas y enfoques y triunfará por una mezcla de motivos, tanto de carácter comercial como tecnológico, o simplemente por la fuerza de sus promotores.
Los primeros prototipos, por sí solos, no serán de gran utilidad. Simplemente nos permitirán comunicarnos con las máquinas actuales. Pero otros grupos de investigación trabajarán en el resto de piezas del gran reto. En concreto, en la tecnología para transmitir los pensamientos a “algún lugar” y en la tecnología para crear y mantener esos “lugares mentales”, no físicos. Esas tecnologías nos permitirán “colgar” nuestros pensamientos en unos espacios y en una red físicamente inexistente, una red mental global. Por supuesto, será ayudada y sustentada por máquinas, que serán ya ingenios de la nueva generación de ordenadores. Hoy ya parece evidente que esos ingenios serán cuánticos. Así pues, esos artilugios cuánticos nos asignarán también un “espacio” para “colgar” todo lo que queramos proyectar mentalmente en la gran red. Debemos imaginarnos unas máquinas que generan una enorme cantidad de pequeñas nubes invisibles alrededor del planeta, una por cada persona, conectadas entre ellas y con esos artilugios que sustentarán y regularán esa enorme red, a través de una tecnología que no será wifi o bluetooth pero que se les parecerá. Cada una de esas nubes será nuestro espacio.
Deberán desarrollarse pues los protocolos que permitan la comunicación entre nuestro cerebro y esos artilugios cuánticos que sustentarán la red mental global. Hasta el desarrollo de esos protocolos, el esfuerzo mundial para crear una nueva internet del pensamiento se habrá centrado mayoritariamente en el sector investigador público mundial. Pero, a partir de esos protocolos, las empresas serán ya protagonistas totales.
Deberá desarrollarse también un sistema de “navegación” a través de los pensamientos. A lo mejor surgirá del CERN de Ginebra, como ocurrió con el sistema de navegación de internet. Ahí nació el sistema de hiperenlaces. El sistema de navegación que se invente (hoy es poco imaginable) será otra de las piezas que configurará el nuevo futuro de la red global.
Poco a poco, el concepto irá llegando al gran público y al mercado. Se comercializará un “modem mental” que comprarán los usuarios innovadores. Hará falta también un sistema de búsqueda. Otra vez, multitud de startups se dedicarán a ello y aparecerán soluciones técnicas diversas. Pero solo una se acabará imponiendo. Ese buscador permitirá que nuestro cerebro, directamente, sin hacer intervenir nuestros sentidos, navegue por el magma mundial de ideas y conceptos pensados. Los algoritmos de búsqueda serán muy distintos a los que nos han permitido ordenar internet.
Aparecerán también las primeras empresas que, de manera similar a las que hoy desarrollan webs, nos construirán nuestro “espacio mental”, nuestro repositorio de pensamientos, al cual podrán acceder el resto de mentes. Usaremos ese espacio para proyectar lo que queramos hacer perceptible a los demás. Encargaremos esos repositorios y alguien nos los desarrollará. Seguro que habrá también modelos de negocio alrededor de muchos de esos espacios. No creo que sean muy distintos a los actuales (subscripción, publicidad, etc.). Pero habrá que desarrollar mucha tecnología y totalmente nueva para implantarlos. Por ejemplo, alguien deberá desarrollar la tecnología que permita realizar pagos mentales. Hemos tardado años en crear sistemas de pago alternativos al dinero físico. Así pues, también necesitaremos mucho tiempo para superar ese reto. A ello le dedicarán su tiempo y su energía las startups Fintech de ese momento futuro y, si todavía están aquí, las entidades bancarias.
Finalmente, deberán desarrollarse estrictos sistemas de seguridad, para evitar el hackeo, sistemas de encriptación de pensamientos que aseguren la privacidad. Por supuesto, ese será el elemento esencial de toda la red mental global. De hecho, todo ese desarrollo tecnológico que he explicado irá siempre acompañado de una gran controversia. Nada es más íntimo que lo que pensamos. Un futuro como el que describo no será fácil de aceptar a menos que la tecnología bloquee cualquier intromisión. Habrá también amplio debate sobre el control e influencia que entidades poderosas (gobiernos, corporaciones) puedan ejercer en esa red. El desarrollo tecnológico siempre estará, como ahora con los robots o la inteligencia artificial, pero más acentuado, acompañado por el cuestionamiento moral.
Y, tecnológicamente, se producirá un constante, incesante proceso de mejora de esa gran red. Cada una de las tecnologías iniciales que la sustentarán (la tecnología para captar pensamientos, la que permitirá crear nuestras “nubes” mentales, nuestros repositorios, las tecnologías de comunicación, etc.) tendrá un ciclo de vida. Esas tecnología nacerán pues y crecerán. Pero llegarán a un punto en el que a no podrán proporcionar mejoras en sus parámetros. Entonces, esa gran máquina universal productora de tecnología (universidades, corporaciones, startups) encontrará nuevas opciones y las mejorará, de manera incesante. Millones y millones de personas, a lo largo de distintas generaciones, contribuirán pues al desarrollo de esa red de conexión mental universal. Y muchos más millones, miles de millones, serán las personas que aportarán contenido y que crearán impensables mejoras para la humanidad basadas en esa red mental. Esa red será el instrumento que provocará un aumento inimaginable de la capacidad de creación de conocimiento y tecnología del ser humano. La persona creativa y creadora encontrará en esa red el mejor instrumento para multiplicar su capacidad de creación. En ese futuro, las organizaciones (instituciones y empresas) perderán peso frente a las personas.
Este texto pertenece al libro Ciencia, Tecnología y Startups.