Las universidades patentan los resultados de los proyectos de I+D y conceden licencias de uso de esas patentes a cambio de dinero, de regalías. Esa manera de transferir resultados de la investigación al mercado y a la sociedad (y de generar ingresos para las universidades) es hoy ya masiva. El sistema investigador global produce, de esta manera, a través de esa sistemática, Tecnología desde la Ciencia. Pero no siempre ha sido así. Os lo cuento a continuación.
Para ello voy a 1924. En ese momento, Harry Steenbock, un bioquímico de la Universidad de Wisconsin, descubrió que la irradiación de alimentos con rayos ultravioleta reforzaba su concentración de vitamina D. Ese fue un paso fundamental para erradicar el raquitismo, la enfermedad que causaba deformidades en los huesos de los niños. Pero, aquí, para nosotros, ese descubrimiento fue también trascendental ya que estableció las bases que permitieron gestionar las patentes universitarias, primero en Estados Unidos y después en todo el mundo.
Hasta la invención de Harry Steenbock, la Universidad no pensaba en patentar y podía pasar cualquier cosa con los resultados de la investigación. Pero Steenbock hizo algo poco común: pagó la patente con su dinero y después quiso que la Universidad y su comunidad se beneficiaran de la misma. Intentó otorgar los derechos de la patente a la Universidad. Pero, la institución declinó el ofrecimiento.
Fijaos como estaban las cosas entonces: Los órganos de gobierno de la universidad aducían razones tanto morales como económicas. Creyeron que la protección demandaría una fuerte inversión que sería de difícil reintegro y decían también que no era éticamente correcto obtener un beneficio comercial de una investigación que había sido financiada con fondos públicos. Además, encontraron posibles impedimentos legales al considerar que una universidad no podía solicitar una patente. Esa era la mentalidad de las universidades en aquellos tiempos: no consideraban que llevar la Ciencia a la sociedad fuese responsabilidad suya.
Pero, hubo algunos héroes que apoyaron a Steenbock. Fueron los decanos del Colegio de Agricultura y de la Escuela de Graduados de la Universidad, Harry Russell y Charles Slichter. Juntos buscaron la complicidad de personalidades que habían estudiado en la institución y les solicitaron ayuda y dinero para crear una fundación que se encargaría de gestionar la patente. Con esos personajes cerca, pudieron convencer a la Universidad. En 1925 se constituyó la Fundación de Investigación de los Alumni de Wisconsin (WARF), que obtuvo los derechos de la invención de Steenbock. Empezó entonces un proceso de comercialización de la patente mediante licencias y los ingresos que se consiguieron fueron muy elevados. Esa fundación es todavía en la actualidad la encargada de patentar y licenciar las invenciones de la institución académica.
Desde entonces, cada año la WARF aporta recursos a la Universidad, que provienen de las regalías de las patentes. En 90 años, ha contribuido con unos 3.800 millones de dólares, que han servido para financiar la actividad investigadora de la institución. La WARF fue la primera entidad encargada de proteger y licenciar los resultados de la investigación universitaria y contribuyó a establecer un modelo para otros entes gestores de la transferencia de tecnología.