Hace unos días escribí un post sobre la transferencia de tecnología. En él, cuestionaba el insuficiente esfuerzo a la I+D en nuestro país. Ello ha ocurrido desde hace décadas. Pero, ¿quién mejor que Xavier Ferràs para plasmar estas ideas? Él -incansable- lo ha expuesto en incontables ocasiones. Leed por ejemplo ese post suyo reciente. O este otro. Espero que algún día podamos agradecerle -por haber tenido efectos- su esfuerzo de concienciación.
Pero no quiero yo aquí analizar la I+D macroeconómica. Quiero ampliar ese post que yo mismo escribí hace unos días. La mayor parte de los lectores entendieron lo que allí remarcaba. Pero unos pocos lo interpretaron como un cuestionamiento de la transferencia de tecnología. Para esos, les aclaro que no. Que no cuestionaba la transferencia. De hecho, era todo lo contrario. Estaba cuestionando los insuficientes esfuerzos dedicados a la generación de conocimiento. Estaba cuestionando el poco esfuerzo que dedicábamos a crear aquello que después transferíamos. Y voy a insistir en ello.
Hace 25 años apenas sabíamos como transferir tecnología. Las OTRIS se habían creado en 1988. Desde ellas, en los 90 apretamos a nuestros grupos de investigación para que se relacionasen con empresas. Fueron los tiempos de los Estudios de la Demanda en las universidades. Era también el momento del Libro Verde de Innovación en Europa y de la gran paradoja: en nuestro continente se publicaba, pero no se transfería. Surgieron iniciativas para acercar los grupos de investigación al mercado. Los actuales centros Tecnio de la Generalitat encuentran sus raíces en esos tiempos. En los últimos años del siglo descubríamos las patentes y su licencia como medio para transferir tecnología. Las OTRIS integrábamos a técnicos expertos que buceaban entre la investigación de nuestras instituciones tratando de descubrir invenciones que patentar. Muy poco después, las spinoffs llegaron como la gran revolución que debía solucionar la distancia entre Universidad y Empresa. En aquellos momentos estábamos en plena vorágine de creación de parques científicos y tecnológicos. Aunque algunos de ellos focalizaron en infraestructuras científicas que ayudaron a la producción de conocimiento, la mayor parte de la inversión se dirigió a la construcción de edificios que albergasen empresas y las situasen al lado de los grupos de investigación, para acercar así la investigación a esas empresas. Los parques hospedaron también incubadoras y aceleradoras que daban soporte a las spinoffs creadas por los grupos de investigación. Es decir, casi todo ese esfuerzo suponía aplicación de la Ciencia.
Hoy vemos multitud -nunca había habido tantos- programas de estímulo a la transferencia de tecnología. Todos ellos son magníficos. Insisto: Magníficos y necesarios. Es mi ámbito y voy a continuar trabajando para desarrollarlo y estimularlo. Por tanto, que no me malinterpreten los mismos del otro día. Mi argumento es que para que esos programas tengan éxito necesitamos buena Ciencia.
Nuestra Ciencia está siendo altamente exprimida. Ello no es malo. Al contrario, es muy bueno. De todas esas iniciativas que acabo de comentar han surgido magníficos resultados. El mejor, en mi opinión, la gran cantidad de nuevas empresas tecnológicas que han nacido y crecido en los últimos 20 años. Otro resultado es un enorme sector, un amplio conjunto de profesionales especializados en convertir conocimiento en Tecnología (formado hoy por miles de esos profesiomales cuando 25 años atrás éramos sólo decenas).
Es pues correcto exprimir la Ciencia. Pero no podemos dejar de alimentarla. Nuestra Ciencia es hoy débil. Hemos llegado a sus límites de producción.
¿Cómo verlo? Un análisis riguroso requeriría mucho más que este post. Aquí seré superficial. En las líneas previas, he adoptado un punto de vista decantado hacia las universidades. Veamos por tanto simplemente una comparativa de universidades punteras mundiales con las nuestras, mirando el presupuesto de unas y otras. Incluyo también el número de estudiantes. Ese número es una mera medida del tamaño de las universidades respectivas. Por supuesto, ese dinero del presupuesto no se dedica a los estudiantes. La mayor parte se dedica a las actividades distintas a la docencia. En concreto, la investigación como la más importante.
El presupuesto de las 50 universidades públicas españolas (con 1.300.000 estudiantes) es más o menos el mismo que la suma de sólo 2 (dos) universidades líderes: Harvard en USA y Tsinghua en China (con 86.00 estudiantes entre ambas)
¿Verdad que con esta tabla podemos aceptar que el presupuesto tendrá algo de culpa en que no tengamos más universidades en los primeros puestos de los rankings internacionales?
La gran paradoja europea de los 90 queda lejos. Para mí, la actual gran paradoja es cómo nuestra universidad consigue transferir tanto con esos presupuestos tan ajustados. Pero, de hecho, no es una paradoja. Es el milagro de los panes y los peces. (el otro día lo llamaba autoengaño).
Por supuesto, puedo referirme a otras cuestiones que deberían ser reformuladas en nuestro sistema científico universitario. Las más relevantes:
- Conseguir un sistema menos burocrático. La Ciencia mundial es excesivamente burocrática. Pero nosotros estamos en el extremo radical en ese aspecto.
- Implantar una cultura de la excelencia en nuestras universidades. La mayor parte de nuestras universidades son comunidades humanas relativamente pequeñas que se han autoorganizado para que esa entidad grupal funcionase sin grandes sobresaltos. El modelo que hemos implantado en esas comunidades no refuerza las fortalezas, sino que equilibra debilidades internas. Nos guste o no (a mí particularmente no me entusiasma), el modelo de Ciencia que se impone en el mundo es de perfil liberal. No se ajusta a aquello del café para todos. Pero, si queremos unas universidades competitivas globalmente, cuando les hayamos dado dinero, deberemos pedirles que apuesten por el talento, que reconozcan y premien -en forma de recursos desequilibrados- la excelencia interna.
- Relacionado con lo anterior (o para conseguir lo anterior), llevamos un montón de años hablando de cambiar el sistema de gobernanza de las universidades.
La última cuestión que necesitamos -creo que, finalmente, es la esencial- es una distinta valoración social de la Ciencia. Si no tenemos un sistema de Ciencia igual que el de los países líderes es por nosotros, por todos y cada uno de nosotros. No valoramos la Ciencia y la educación igual que en otros entornos.
Estas últimas semanas han servido para que muchas personas descubriesen el valor que tenían unos buenos servicios de salud y un buen sistema investigador, una buena Ciencia (que es de dónde saldrá la solución definitiva a la pandemia). Lo mejor que sacaremos de esta crisis será nuestra reconsideración sobre estos dos aspectos clave de cualquier sociedad moderna. A partir de ahora, pagaremos impuestos más a gusto, si sabemos que van a cosas importantes como por ejemplo la Ciencia.