Europa analiza su geografía de la innovación a través de la Comisión Europea, quién elabora el European Innovation Scoreboard, que estudia los países. Como una extensión del anterior, la Comisión elabora también el Regional Innovation Scoreboard (RIS), basado en diecisiete indicadores. Aunque no llega a nivel de ciudades, cubre 238 regiones. Es una alta granularidad, aunque, como veremos, con algunas críticas a su procedimiento.
El análisis incluye cuestiones más allá de la innovación. Los 17 indicadores están distribuidos en tres bloques. El primero resume el nivel general de la región en cuanto a su desarrollo en la nueva sociedad del conocimiento. Hay tres indicadores en este bloque: El porcentaje de población que ha completado la educación terciaria, la formación continua y el porcentaje de puestos de trabajo en empresas de media y alta tecnología y en servicios intensivos en conocimiento.
El segundo bloque hace referencia esencialmente a la Ciencia, a la investigación en el sector público, con tres indicadores: Las publicaciones científicas internacionales, la calidad (a través de las citas) de las mejores publicaciones y el gasto en I+D del sector público en relación al PIB.
Finalmente, el tercer bloque, con once indicadores, hace referencia al mundo empresarial. Se recogen ahí el gasto en I+D y en innovación de las empresas en relación al PIB, el porcentaje de empresas con innovaciones de producto o proceso, el porcentaje con innovaciones en marketing u organización, porcentaje de empresas que innovan internamente y las que colaboran con otras, las co-publicaciones científicas entre empresas y centros públicos de investigación, las solicitudes, en relación al PIB, de patentes, marcas y diseños y, finalmente, el porcentaje de las ventas de las empresas que se deben a innovaciones recientes.
La metodología crea un índice que es el promedio de todos los indicadores anteriores, todos con el mismo peso. Ese índice es el que ordena esas 238 regiones europeas.
Os habréis dado cuenta de que casi todos los indicadores son relativos. Se relacionan al contexto. Es decir, que se establecen como porcentajes, de población, del PIB o del conjunto de empresas. Después diré que esa manera de analizar, que a priori tiene sentido, queda afectada por la distinta consideración que cada país hace del concepto de región.
La metodología ha tenido varias críticas. El reputado académico sueco Charles Edquist y otros varios autores, publicaron un artículo en el que decían que la metodología mezclaba indicadores de input y de output. Es decir, que no medía la eficiencia. Por ejemplo, un país podía gastar mucho en I+D pública o en I+D empresarial, pero ser poco eficiente en su conversión en patentes o en productos.
Por otra parte, he dicho que la metodología crea un índice promedio de todos los indicadores, todos con el mismo peso. Es decir, que el número de solicitudes de marcas comerciales, por ejemplo, tiene el mismo peso que el gasto del país en I+D pública. A mi modo de ver, esto no tiene sentido.
En cualquier caso, mi principal crítica al método es la que he avanzado: que no recoge por igual el efecto de las grandes ciudades europeas.
Es evidente que en las ciudades se concentra más actividad innovadora que en zonas rurales. Las grandes ciudades europeas, en ese estudio, son comparadas entre sín con distinta cantidad de zona rural adosada a cada una de ellas. Por ejemplo, la ciudad de Berlín es, ella sola, una región. Otros ejemplos opuestos son los casos de Barcelona (a la que se adosa toda Catalunya) o Toulouse. La metodología no capta por igual el efecto ciudad en Europa.
Como digo, la ciudad de Berlín constituye una de las 238 regiones analizadas. Lo mismo ocurre con la región de la capital danesa Copenhague. En cambio, en Francia, el efecto de ciudades como Lyon o Toulouse queda diluido en enormes regiones, con sectores menos intensivos en innovación y tecnología (aunque, y a pesar de ello, esas regiones están bastante bien situadas en el ranking). Otro ejemplo, Holanda tiene 12 de las 238 regiones citadas. Su dimensión física coincide, por ejemplo, con la de Catalunya, que se considera una sola región. El efecto de alguna de las ciudades holandesas posiciona algunas de sus regiones en los primeros puestos del ranking europeo. Es el caso de Utrecht, Eindhoven o Ámsterdam, por ejemplo. En cambio, en Catalunya el efecto de Barcelona queda diluido al igual que ocurría con las ciudades francesas.
Sea como sea, con esa metodología, la región más innovadora de Europa es la de Zúrich en Suiza. La segunda, también en Suiza, es el Ticino, cuya capital es Bellinzona. Helsinki es la tercera de Europa y la primera de la Unión Europea. Siguen Estocolmo y la zona de la capital danesa, Copenhague. A partir de aquí, están las regiones de ciudades como St. Gallen, Basilea, Lucerna y Ginebra en Suiza, Berlín, Múnich o Göteborg y Malmoe en Suecia.
En definitiva, el Regional Innovation Scoreboard de la Comisión Europea aporta pistas sobre la geografía de la innovación en Europa. Pero yo recomiendo no tenerlo demasiado en cuenta, por los problemas que he citado.
Otra manera de conocer la geografía de la innovación es a través de algo muy distinto a lo anterior, los índices que construye la empresa 2thinknow. Publican anualmente desde 2007 su Innovation Cities™ Index. Se basa en 162 indicadores relativos a aspectos económicos, empresariales y sociales de cada ciudad. Las primeras 20 ciudades que aparecen en su índice en la edición 2019 son las siguientes: Nueva York, Tokio, Londres, Los Ángeles, Singapur, París, Chicago, Boston, San Francisco – San Jose (Silicon Valley) y Toronto. La ciudad de Barcelona aparece en el puesto 21 en la lista global. Las diez primeras ciudades innovadoras de Europa son, por este orden: Londres, París, Berlín, Barcelona, Viena, Múnich, Madrid, Milán, Ámsterdam y Estocolmo.