Barcelona cuenta con una gran base científica. Ese es el pilar esencial sobre el que se sustenta el potente ecosistema tecnológico y emprendedor de la metrópolis. Este sistema científico sufrió una gran transformación en los años noventa, cuando Europa pedía la capacidad de convertir los resultados científicos en resultados prácticos. Las cosas empezaron en varios sitios más o menos al mismo tiempo.
Barcelona Activa promovía el emprendimiento en la ciudad y ya antes del cambio de siglo creó la sociedad inversora Barcelona Emprèn. Se sumó La Caixa con sus iniciativas, también de inversión. Aparecía el Programa Innova de la UPC, liderado por Paco Solé Parellada, en 1998. Desde entonces, ese programa ha ayudado a crear más de 250 startups y spinoffs. El mismo año, la Universidad de Barcelona instauraba su programa de Casi-Empresas e inauguraba su Parque Científico. También, su Fundación Bosch i Gimpera ayudó pronto en la creación de las primeras empresas derivadas de la investigación. La UPC creó asimismo una sociedad inversora, Innova 31, en el año 2000. Fue impulsada y estuvo presidida durante muchos años por Ferran Laguarta. Desde su centro de óptica en la UPC en Terrassa, a lo largo de su carrera, Ferran ha creado varias empresas spinoffs. Por ejemplo, Visiometrics y Sensofar, hoy dos compañías exitosas que fabrican productos Deep Tech.
Por su parte, la Generalitat, a través de Acció, tenía ya entonces la sociedad inversora Invertec. En 2000, la Generalitat nos reunió -a todos aquellos que trabajábamos en las oficinas de transferencia de tecnología- para presentarnos su proyecto orientado a la creación de empresas emergentes basadas en la investigación. El proyecto consistía en dos cosas: La primera era fomentar un conjunto de unidades (a las que llamó Trampolines Tecnológicos) en las Universidades y escuelas de negocio, a las que la Generalitat aportaba una cantidad anual a cambio del cumplimiento de unos objetivos relacionados con las empresas que se fundaban.
La segunda eran las ayudas Capital Concepto, que tenían forma de préstamo participativo, dirigidas a las empresas emergentes. Fueron 32 los proyectos aprobados en el primer lote de esas ayudas. Por supuesto, no todas siguen vivas. De hecho, muy pocas siguen aquí. Es lo que corresponde a este tipo de compañías. Pero, algunas de esas pocas han crecido tanto que generan un alto retorno social y económico. Que hoy tengamos aquí empresas como Fractus, Scytl, Oryzon Genomics, Digital Legends, Sensofar o Voz Telecom, entre otras muchas, se debe en gran parte a las facilidades iniciales aportadas por este tipo de ayudas. Ese es el objetivo de esa intervención pública en lo privado: Asumir un riesgo (al ayudar a una iniciativa que es incierta, por el riesgo tecnológico y de mercado), reducirlo (ya que con ese dinero los proyectos avanzan) y facilitar que el capital riesgo venga después con más posibilidades de invertir.
La Generalitat propuso también que todas las universidades catalanas se integrasen en Invertec. Ello ocurrió en 2002. A partir de ese momento, nuestras universidades tenían ya “su” sociedad inversora. Esa actuación pretendía que nuestras instituciones académicas integrasen la responsabilidad de la función inversora. Pero no tuvo éxito. Esa semilla no cuajó. Los actuales responsables no tienen la consciencia de que las universidades deban ejercer esa función.
Pero el conjunto de actuaciones, todo ese trabajo, junto con el del Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI) en Madrid, con sus ayudas Neotec, impulsaron universidades y centros de investigación hacia la creación de empresas. Insospechadas universidades españolas fueron pioneras. Por ejemplo, la Universidad de Santiago de Compostela, que no sólo creaba empresas, sino que también invertía y participaba accionarialmente en ellas. O también la Universidad de Girona, que tan pronto como en 2001 tomó una participación accionarial en Agents Inspired y creó la sociedad UdG Iniciativas para participar en sus spinoffs.
El gran polo BIO como resultado
Este era el ambiente que se vivía entonces, muy propicio a la aparición de empresas desde la investigación. El proceso ha sido imparable, decisivo para crear el polo biomédico y biotecnológico más potente del Sur de Europa. Acudo a Biocat, que es quién tiene la mejor información. Biocat recuerda que el gran biopolo científico cuenta con 40 centros de investigación, 18 hospitales universitarios, 12 universidades que ofrecen estudios de ciencias de la vida, 2 centros tecnológicos, 14 parques científicos y tecnológicos con actividades en ciencias de la vida y 3 grandes infraestructuras científicas: Sincrotrón ALBA, Barcelona Supercomputing Center y Centro Nacional de Análisis Genómico. Son 800 los grupos de investigación que trabajan en biociencias, con unos 13.000 profesionales en ellos.
Aquella Ciencia pública, con ese ambiente propicio al que me he referido, ha tenido un papel fundamental en la creación del actual ecosistema global de biostartups de la ciudad. Biocat nos dice que una de cada cinco empresas creadas desde 2005 son empresas emergentes surgidas de las entidades de investigación. Biocat nos recuerda también que Catalunya es el origen y sede de grandes compañías como Almirall, Esteve, Ferrer, Grifols, Bioibérica, Lacer, Reig Jofré y Uriach. Actualmente, este gran polo Ciencias de la Vida cuenta con más de 1.000 empresas. Entre ellas, 280 del sector biotecnológico, 176 de tecnologías médicas, 125 del sector farmacéutico y 128 de productos y servicios healthtech.
De las 280 empresas biotecnológicas citadas, 50 están orientadas a la producción de nuevas terapias y herramientas de diagnóstico. En 2019, hay 18 fármacos de startups en desarrollo, cuando en 2013 eran 7. Se estima que como mínimo 10 productos y tecnologías avanzadas llegarán a los pacientes en 2025. Otras 125 de las empresas biotecnológicas ofrecen servicios de I+D y 105 trabajan en aplicaciones en veterinaria, biotecnología industrial, alimentación, agricultura o medio ambiente.
Con esa enorme concentración de talento, no extraña que las miradas internacionales se dirijan hacía aquí. Grandes empresas globales como Amgen, Novartis, Sanofi, Roche, Bayer, Braun, Boehringer Ingelheim, Chiesi, Hartmann, Lundbeck o Menarini tienen presencia en el biopolo.
Llegan también los inversores internacionales para invertir en las nuevas biostartups. En 2014, seis de ellos habían hecho operaciones de inversión aquí. En 2019, eran ya más de 50. Es una cifra espectacular. La mayoría son norteamericanos. Uno de esos primeros inversores, de la zona de Boston, me explicaba el porqué de su interés. Decía que aquí se hace buena Ciencia y que esa investigación genera buenas oportunidades empresariales, empresas emergentes de calidad. Decía también que las valoraciones no son demasiados elevadas. Es decir, que con una misma cantidad invertida en una startup, un inversor puede tener en Barcelona un porcentaje de participación en la empresa superior a una inversión similar en Boston, donde los emprendedores son muy exigentes en sus valoraciones. Finalmente, el tercer motivo es que hacer crecer aquí en Barcelona una biotec es mucho más económico que en Boston. Todos los costes de desarrollo son inferiores: sueldos, alquileres, proveedores, etc.
Alguien dirá que esos motivos son muy “capitalistas”. Y tendrá razón. Pero la consecuencia de ese comportamiento es que en Barcelona nacen y crecen grandes empresas bio y que nuestros jóvenes, a los que hemos querido muy formados y hemos enviado masivamente a nuestras universidades, ellos y ellas tienen hoy aquí (y no en otros sitios del mundo) unas oportunidades ajustadas a las expectativas que nosotros les generamos al formarlos y unos muy buenos puestos de trabajo, muy bien remunerados, a pesar de esa comparativa internacional favorable en costes a la que me refería antes.
Por supuesto, Barcelona cuenta con inversores locales. Y algunos están especializados en este ámbito. Es el caso de Ysios Capital de Joël Jean-Mairet, Inveready de Josep M. Echarri, Alta Life Sciences de Guy Nohra, Asabys de Josep Lluis SanFeliu, La Caixa Capital Risc o Healthequity. Según Biocat, en el período 2015-2018 se realizaron más de 300 operaciones de inversión en las startups del sector, por un importe de 450 millones de euros.
La Ciencia -sumada a los emprendedores- da unos frutos magníficos.