En 1999, trabajé unos meses en la Oficina de Transferencia de Tecnología de la Universidad Estatal de Michigan (MSU), en East-Lansing, una pequeña ciudad de 48.000 habitantes, adosada a Lansing, la capital del Estado de Michigan, en la zona de los Grandes Lagos americanos.
Esa Universidad se creó en la segunda parte del siglo XIX, en el marco de una iniciativa federal conocida como la Ley Morrill para promover instituciones de educación superior que diesen respuesta a las necesidades económicas y sociales del momento, marcadas por la revolución industrial. Se querían instituciones que formasen en agricultura, ciencia e ingeniería. La Ley Morrill de 1862, en plena guerra civil, establecía la concesión de tierras públicas para la promoción de universidades. Posteriormente, en 1890, la iniciativa se amplió, incluyendo entonces a los estados confederados. La Universidad Estatal de Michigan (MSU) fue una de las dos primeras universidades de los Estados Unidos de este tipo, junto con la de Pensilvania. Esas universidades, durante toda su historia han sido muy efectivas en el terreno de la transferencia de tecnología, de la aplicación práctica de los resultados de su investigación.
En esa Universidad, en los años 60 y 70, se produjo algo que mucha gente calificaría como milagro. Un investigador, el químico Barnett Rosenberg, sentía curiosidad por saber cómo se comportaban los microrganismos cuando se les aplicaba un campo eléctrico. Había empezado a trabajar en ese ámbito en Nueva York, antes de llegar a la MSU en 1961, dónde prosiguió sus trabajos.
El momento maravilloso para la humanidad se da en algún momento de 1962, cuando Rosenberg puso una suspensión de la bacteria Escherichia coli entre dos electrodos de platino. Observó y se sorprendió: La división celular de las bacterias quedó inhibida, pero no su crecimiento. Las bacterias continuaban creciendo de manera exagerada, formando muy largos filamentos. Rosenberg, gracias a su inteligencia y formación, adivinó rápido el potencial de su observación. Otros investigadores nunca hubiesen tenido la intuición que él tuvo. Vio que aquello podía ser una manera de tratar la división celular descontrolada que el cáncer supone.
Pero, el primer paso suponía hallar la causa de la inhibición de esa división. Rosenberg y su equipo -encabezado por Loretta Van Camp, la microbióloga responsable del laboratorio- vieron que no era el campo eléctrico lo que provocaba ese efecto, sino una sustancia química que estaba en la solución en la que navegaban las bacterias. Pero, el efecto solo ocurría con electrodos de determinados compuestos metálicos. Llegaron pues a la conclusión de que la sustancia se generaba por reacción electroquímica, entre los electrodos y el medio en el que estaban las bacterias. Muchos estudios después, el grupo llegó al compuesto milagroso, el cisplatino.
El Cisplatino y el Carboplatino -que se desarrolló más tarde- han sido llamados la “penicilina del cáncer”, ya que fueron de los primeros y han sido los más prescritos y efectivos para muchos tipos de cáncer.
Un bioquímico norteamericano, Gregory Petsko, defendiendo la Ciencia que avanza por hipótesis, decía que “Barnett Rosenberg no estaba tratando de curar el cáncer. No estaba trabajando en el cáncer. Ni siquiera estaba trabajando con células humanas. No tenía más objetivo práctico que satisfacer su propia curiosidad, resolver una hipótesis que había formulado sobre lo que sucedería a las bacterias al colocarlas en un campo eléctrico fuerte. Sin embargo, con su curiosidad, imaginación y persistencia, puede haber salvado la vida de más pacientes con cáncer que la mayoría de los investigadores de cáncer en el mundo juntos”.
Las pruebas clínicas del medicamento basado en el compuesto se hicieron en colaboración con el Instituto de Investigación del Cáncer de Londres. Bristol-Myers Squibb fue la empresa que adquirió la patente y en 1978 obtuvo la aprobación de la administración sanitaria americana. El acuerdo con esa gran farmacéutica se hizo con ayuda de Research Corporation (RC), una entidad privada que ayuda en ese proceso de transferencia de tecnología entre el sector público y las empresas. Desde 2004 es posible fabricar genéricos del cisplatino ya que la vida de las patentes ha finalizado.
La MSU ha obtenido más de 430 millones de dólares de esa licencia a Bristol-Myers Squibb. Son gestionados por una Fundación que tiene por objetivo dar soporte a la investigación de la Universidad. Barnett Rosenberg murió en 2009, en Lansing.
Article idoni pet a Ciències del Món Contemporani, 1r Bat.
Gràcies, Pere
Gràcies a tu!! Endavant amb el nou talent! Depèn de vosaltres!