Ayer, Masayoshi Son habló de las grandes pérdidas de Softbank, por sus enormes inversiones en startups como Uber y WeWork, a la que ha inyectado, en distintas etapas, 11.000 millones de dólares. Hablamos aquí, hace unos días, de la situación de WeWork.
A pesar de ello, consideramos que Masayoshi Son es un gran emprendedor. Es una especie de Bill Gates japonés. En los años 70 estudió en Estados Unidos, en Berkeley, justo al lado de Silicon Valley. Su perfil emprendedor se definió en ese momento. Mientras estudiaba participó en diversos proyectos y creó varias empresas. A los 20 años, vendió por un millón de dólares una patente a Sharp. Creó también Unison, una empresa que compró la multinacional japonesa Kyocera. En 1981, cuando tenía 24 años, ya en Japón, fundó Softbank, inicialmente una tienda de informática. Masayoshi Son invirtió pronto en las empresas Internet de Silicon Valley. A mediados de los 90 se convirtió en accionista importante de Yahoo y llevó a esa empresa a Japón, creando Yahoo Japan, una Joint Venture entre la Yahoo americana y Softbank.
Con el estallido de la burbuja de Internet, su conglomerado de inversiones perdió 70.000 millones de dólares. Pero en ese mismo momento, aportaba 20 millones de dólares a Alibaba, la startup de Jack Ma. Cuando ésta salió a bolsa en 2014, esa cantidad se había convertido en 60.000 millones de dólares y hoy son más de 100.000 millones.
Softbank ha continuado invirtiendo enormes sumas en startups tecnológicas. Directamente o a través de sus fondos de inversión. Su Vision Fund está dotado con 100.000 millones de dólares y en él participan los fondos soberanos de Arabia Saudí y de Abu Dhabi. Acabo de entrar en la web de Vision Fund y veo que tienen actualmente inversiones en 70 empresas tecnológicas. Con ello, hoy Softbank participa Boston Dynamics (el gran referente de los robots), Slack Technologies, Compass, la empresa de telecomunicaciones americana Sprint Corporation, Yahoo Japan, la americana proveedora de servicios de wireless Brightstar, la empresa de software para videojuegos Improbable Worlds, Katerra, la empresa de comercio electrónico de la India Snapdeal, etc. etc.
Por supuesto, también en Uber y Wework. Esas inversiones son las causantes de los problemas de Softbank. Pero, la pregunta que se hace todo el mundo es la siguiente: ¿Son realmente tecnológicas estas empresas?
Hace ya 80 años, Schumpeter introdujo el concepto de la destrucción creativa, que tan bien se aplica al mundo de las startups. Pero hay quién habla también de destrucción destructiva. Por ejemplo, Douglas Rushkoff lo aplica al entorno de plataformas de la economía colaborativa. Rushkoff es un profesor, productor de programas de televisión, conferenciante y autor de una docena de libros sobre media, tecnología y cultura. Uno de ellos tiene un título elocuente: Throwing Rocks at the Google Bus: How Growth Became the Enemy of Prosperity. Empieza su libro recordando las protestas que hubo en San Francisco a finales de los 2013, por cómo el mundo tecnológico y sus altos sueldos estaba afectando la vida de aquella gran ciudad. Los autobuses lanzadera que transportaban a los empleados desde San Francisco hasta el centro de Silicon Valley, a unos sesenta kilómetros, dónde se ubican las empresas tecnológicas, fueron vistos como las evidencias de la gentrificación, de las externalidades negativas de la tecnología.
En una entrevista sobre su libro Rushkoff decía que hay startups que introducen una disrupción en el mercado usando el dinero de los inversores para sustentar un plan de negocio ineficiente. Una startup, con suficiente capital, aunque sea ineficiente, puede romper un sector tradicional. Dice que eso es lo que hace Uber con el taxi. Rushkoff cree que esto es destrucción destructiva (I think of destructive destruction masquerading as creative destruction).
Los profesores Martin Kenney y John Zysman, profundizan en esos mismos argumentos en un artículo académico que ha tenido una cierta repercusión, por su visión negativa. Esos dos profesores, cuestionan ese sostenimiento de determinadas startups en situación de pérdidas durante años, por parte del capital riesgo. Los competidores tradicionales, que deben operar con beneficios, no pueden sostener este tipo de compañías y acaban sucumbiendo. Las nuevas startups se habrán convertido por tanto en las únicas del mercado, en casi monopolios. Pero a un alto coste y también con ineficiencia social y económica.
Remarcan que ello es especialmente grave con las startups de la economía de plataforma, ya que han introducido condiciones laborales y regulatorias impropias. Esas startups y sus inversores buscan la dinámica WTA (the winner takes all), el ganador monopolista se lo queda todo y ello le creará ventajas en otros ámbitos. Es una dinámica de crecimiento rápido y vertiginoso en número de usuarios, ofreciendo buen precio y servicio pero sin preocuparse por la rentabilidad. El capital riesgo paga durante años el sueldo de los conductores de Uber, por decirlo planamente. Uber, con esas ingentes cantidades de dinero, quiere convertirse en monopolista y cuando lo sea, sacará partido de algo más: logística, entrega de drones o conducción autónoma.
Sigamos con atención la cotización de UBER. Nos indicará como vemos el futuro.