Hace pocos días leíamos en Bloomberg un nuevo artículo sobre los problemas de la economía mundial. Dice ese texto que hay consenso entre los bancos centrales del mundo en que la deflación es una gran amenaza. Aclaro una cosa: Aunque os pueda parecer raro, para que la economía funcione adecuadamente, debe darse un permanente, un constante aumento de los precios, idealmente de alrededor de un 3% anual. Se da también, en una economía ideal, un constante crecimiento, un constante aumento del PIB, que también debería estar alrededor de ese porcentaje (por supuesto, una y otra cifras dependen de cada economía. En China, por ejemplo, el PIB ha crecido a ritmos del 10% y 15% durante varios años). Sin esos incrementos, la economía se desequilibra. Todos sabemos que es pues la inflación. Es ese aumento de los precios. La deflación es el término opuesto, es decir, bajadas de precios. La desinflación es un término intermedio. Supone una desaceleración en el ritmo de subida de los precios, pero sin llegar a la deflación. Es decir, es una aproximación a situaciones no deseadas. El artículo dice que hay que estimular la demanda. Y que una medida posible serían los “helicópteros del dinero”, lo que significa que los bancos centrales nos pondrían, a nosotros, a los consumidores, dinero en la mano a cambio de nada, esperando eso sí que lo gastásemos, no que lo ahorrásemos. Aunque mi opinión no es demasiado relevante, quiero manifestar que el problema del crecimiento bajo y de la desinflación mundial (es decir, de un incremento insuficiente de los precios) no puede achacarse sólo a la falta de demanda.
Estoy totalmente de acuerdo con los economistas que propugnan medidas de gasto público como mejor alternativa a la monetaria. Las políticas de dinero barato, como vemos ya, con los tipos de interés por los suelos, no están funcionando. Pero en este este post hago referencia a la tecnología como uno de esos otros causantes de la situación, intuyo que el más importante en este momento. La conclusión que remarcaré al final del artículo es que la tecnología y la sociedad digital están distorsionando la manera de medir la economía. Los modelos macroeconómicos actuales deberán ser revisados. Empiezo pues.
El modelo neoclásico del crecimiento económico (establecido por Robert Solow a mediados de los años 50 y por el cual se le dio el Premio Nobel) afirmaba -por supuesto- que las mejoras tecnológicas influían en el crecimiento económico. Pero su modelo matemático asumía que esas mejoras tecnológicas eran externas. Unos 30 años más tarde, Paul Romer dio un vuelco total a la manera de ver el crecimiento económico, con un artículo publicado en 1986. Romer recibió ahora hace un año el Premio Nobel de Economía 2018 por su propuesta.
Paul Romer estableció un modelo en el que el conocimiento es un factor de producción más. Recuerdo que los modelos económicos son formulaciones matemáticas de gran complejidad (aunque el mismo Romer critica el excesivo uso de las matemáticas en la macroeconomía). Dice Romer que cuando una empresa invierte, genera externalidades: no sólo aumenta sus propias capacidades sino también las de su entorno. La razón es que esas empresas que invierten adquieren experiencia y conocimiento. Además, en su propuesta, la participación del sector público es esencial. La teoría del crecimiento endógeno de Romer defiende que la tasa de crecimiento a largo plazo de una economía depende de medidas políticas. Por ejemplo, la educación o las ayudas a la I+D. Estas medidas inciden en el crecimiento ya que incentivan la innovación. La teoría del crecimiento endógeno asigna un papel importante -esencial- al capital humano como fuente de mayor productividad y crecimiento económico. El de Romer es un modelo en el que el progreso tecnológico es más rápido mientras más grande es el nivel de conocimiento humano acumulado. Los economistas Robert Barro y nuestro apreciado Xavier Sala-Martín contribuyeron durante los años 90 a esas líneas de trabajo iniciadas por Romer.
Pero, en palabras de Paul Mason (autor del magnífico libro Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro), Romer no sólo estableció un modelo macroeconómico. Logró también una manera de explicar lo que él llama el infocapitalismo, en el que estamos inmersos.
Mason dice que para Romer, un producto informacional es distinto de cualquier mercancía física hasta hoy producida. Y una economía basada primordialmente en productos informacionales se comportará de un modo distinto al de otra que esté basada en la fabricación de bienes materiales y en la provisión de servicios. En una economía digital, una vez se ha pagado el coste de crear algo nuevo, se puede utilizar una y otra vez, por copia, sin coste adicional alguno. Esto es lo que en el mundo de la economía se denomina coste marginal cero.
La economía digital es una economía de coste marginal cero. Romer fue el primero que puso esta idea sobre de la mesa. La han seguido y popularizado muchos autores de bestsellers. Por ejemplo, Jeremy Rifkin (La sociedad de coste marginal cero) o el citado Paul Mason. También nuestro referente más próximo, Xavier Ferràs, hizo referencia a este fenómeno en un magnífico post de hace ya un par de años.
Podemos llegar a la idea anterior, tremendamente potente, desde Romer, Rifkin y Mason. Pero también llegamos por un camino distinto, aún más próximo a la tecnología (o casi, a la futurología). Ray Kurzweil, uno de los fundadores de la Singularity University, ha popularizado la Ley de Rendimientos Acelerados. Básicamente, lo que dice Kurweil es que la famosa Ley de Moore (que aquí podemos simplificar como que el rendimiento de los ordenadores en relación con su precio se duplica cada dieciocho meses), se da en cualquier tecnología de la información. Kurzweil (autor del libro La Singularidad está cerca) dice que esos patrones de duplicación se remontan a como mínimo hace 100 años.
Salim Ismail, próximo a Kurzweil, es autor del libro “Organizaciones Exponenciales”. Salim dice en su libro: “Con el paso a la fotografía digital, algo importante, revolucionario, sucedió. El coste marginal de tomar una fotografía extra, además de disminuir, como habría sucedido con una mejora lineal de la tecnología, básicamente se redujo a cero. Daba igual que tomases cinco fotografías o quinientas. El gasto era el mismo. Al final, incluso el propio almacenamiento de fotografías se convirtió en gratuito.”
Continúa diciendo que “las Organizaciones Exponenciales se construyen sobre tecnologías de la información que toman lo que una vez fue físico en naturaleza y lo desmaterializan en el mundo digital a demanda”. Dice también que “el combustible que alimenta este fenómeno es la información. Una vez que cualquier ámbito, disciplina, tecnología o industria tiene acceso a la información y se alimenta del flujo de información, su rendimiento en relación al precio comienza a duplicarse más o menos anualmente. Varias tecnologías clave de hoy en día tienen acceso a la información y están siguiendo la misma trayectoria. Esas tecnologías incluyen inteligencia artificial (IA), robótica, biotecnología y bioinformática, medicina, neurociencia, ciencia de datos, impresión en 3D, nanotecnología e incluso algunos aspectos de la energía”.
Es decir, la capacidad de cálculo, las tecnologías de la información, los ordenadores… podéis llamarlo como queráis… la tecnología en general, está extendiendo ese efecto del coste marginal bajo a la economía real. Hoy se da un fenómeno de fusión entre el mundo virtual y real. La tecnología, por las mejoras de producción y eficiencia, está llevando a los bienes físicos a costes marginales muy bajos. Y, en cuanto a los precios, aunque no está en la mente de los empresarios reducir más y más el precio de sus productos y servicios hasta llegar a regalarlos,… se mueven a la baja.
Y se tambalean los modelos económicos tradicionales. La falta de costes marginales y el hecho de que la economía de la información no sea de suma cero (en la economía tradicional, los bienes materiales finitos están en manos de un agente económico o de otro, pero no de los dos) está cuestionando los modelos económicos de equilibrio general, la ley de oferta y demanda para fijar los precios. La nueva era digital y tecnológica en la que nos encontramos está afectando la esencia del capitalismo; el mercado como mecanismo de formación de precios.