Hace pocos días, Xavier Ferràs, en su magnífico blog Innovación 6.0, dedicaba un post a tipos de personas. Recurría a un profesor de Berkeley, Carlo Cipolla, ya fallecido, quién en su libro “Allegro ma non troppo” segmentó los perfiles humanos en una matriz en función de si se toman decisiones generando valor para uno mismo o para el colectivo. Esos dos ejes generaban personas inteligentes, ingenuas, malvadas o estúpidas.
Me encantó ese post de Xavier y me gustó que hablase de personas, de distintos tipos de personas. Creo que todos pensamos que nuestra forma de ser es neutra en su impacto en lo colectivo. Y no es cierto. Hoy quiero aprovechar esa puerta que Xavier abrió con su post para colarme un momento por ella y hablar también de tipos de personas. Yo voy a considerar dos grupos: la gente que construye y la gente que paraliza o destruye los ecosistemas. Y, por supuesto, estando en este blog, serán ecosistemas de innovación, empresariales, de ciencia y tecnología, de emprendimiento. Lo haré esencialmente con un caso concreto.Empiezo. Hace un par de días me comentaron que el anterior equipo de gobierno de una de nuestras universidades, que yo conozco bien, había decidido instar administrativa y judicialmente al cierre de las spin-offs promovidas por uno de sus investigadores. ¿Por qué hicieron eso? No conozco los detalles. Pero me temo que las motivaciones no tuvieron para nada en cuenta los grandes esfuerzos y enormes riesgos que ese investigador emprendedor había asumido en sus proyectos. Creo que las motivaciones esenciales fueron el querer evitar cualquier atisbo de responsabilidad personal –como equipo de gobierno- en el caso. Es decir: “prefiero que tenga que cerrar sus empresas a que alguien me diga que no he actuado según la norma”. Y es muy evidente que cualquier actuación puede encontrar (especialmente en España) una norma que la cuestione o como mínimo introduzca dudas sobre ella. Y podría extenderme aquí en la farragosa normativa relativa a la creación de empresas en las universidades, pero lo dejo para otro post (simplemente avanzo: se sabe que las universidades que menos reglas imponen a sus investigadores, más spin-offs crean).
Esos son los dos perfiles contrapuestos a los que hoy me quiero referir: El de la persona (o grupo de personas, incluso un colectivo amplio) que luchan por crear algo y el de la persona o grupo de personas que –ajustándose a la norma, a cualquier norma, y a su firme decisión de no involucrarse en nada, de no tener problemas– se siente cómoda en la parálisis del sistema y acaba castigando a los emprendedores. Sé que en este punto alguien dirá: “Ya, ya… los primeros son unos cabezas huecas y los segundos tienen los pies en el suelo”. No. Yo no creo que esta distinción (que evidentemente dibuja perfiles reales de personas) se ajuste a los dos tipos que yo describo. Es decir, los emprendedores pueden –de hecho, suelen- tener los pies en el suelo. Lo que pasa es que, por encima de todo, quieren construir. Y la norma, las leyes, no están hechas para limitar (sino para regular) el crecimiento y la evolución de los ecosistemas de innovación y emprendimiento, de la sociedad en general. De hecho, lo más importante es precisamente el crecimiento y la evolución. Pero el segundo tipo de personas a los que yo me refiero no lo ve así. Curiosamente, ocurre lo mismo con la convivencia de la sociedad en general. La ley es un instrumento para facilitar esa convivencia. No se trata de algo que acabe limitándola.
El mismo equipo de gobierno de esa universidad a la que me acabo de referir llevó a liquidación el magnífico proyecto de parque científico y tecnológico que toda la comunidad institucional y social del territorio dónde se ubica estaba creando desde hacía años. ¿El motivo? Otra vez la distancia con cualquier compromiso, el no querer asumir ningún riesgo, la búsqueda de la norma que evite la propuesta y la implicación propia. Explico muy brevemente el caso, ya que creo que será útil, no solo para saber cómo somos las personas, sino también para los gestores de la innovación, para que sepan qué pueden encontrarse. Ese Parque empezó a fraguarse en 1999 y pasó por diversas etapas. En una primera, se discutió la ubicación. Inicialmente la Universidad quería construir un solo edificio en el mismo campus universitario. Pero se estableció una colaboración entre la Universidad y el Ayuntamiento y éste ofreció unos terrenos, en una nueva vía de acceso a la ciudad. Una ubicación ambiciosa, más cara y arriesgada. Pero que mejoraría considerablemente ese barrio. El Parque se pensaba no sólo como herramienta de ciencia, tecnología y emprendimiento sino también como un instrumento urbanístico, de dinamización de la ciudad. Los que promovieron ese cambio de ubicación y que introdujeron ese grado enorme de ambición querían lo mejor para la ciudad y las circunstancias del momento justificaban su ambición. En la segunda etapa del proyecto, se construyeron 6 edificios. Fueron construcciones caras. Podían haber sido mucho más austeras, evitando gasto. Pero ese diseño se hizo a principios de siglo, cuando España vivía su etapa de euforia inmobiliaria. Los responsables de la época podían haber sido más prudentes, efectivamente. Pero en ese momento querían lo mejor y hoy la ciudad no tendría esas magníficas edificaciones en la zona. Los recursos económicos para la construcción de esa ciudad de la ciencia y la tecnología provenían mayoritariamente del sector público, del Ministerio de Ciencia, que aportó préstamos en el marco de un programa de ayudas a la construcción de parques científicos y tecnológicos. Alguien dirá: ¿préstamos? ¿Es este el mejor instrumento para promover proyectos públicos de soporte a la ciencia y la tecnología? ¿No deberían ser aportaciones a fondo perdido? Si, muy cierto. No tiene sentido que los instrumentos públicos para este tipo de proyectos (de promoción de la Ciencia en base a edificios) sean préstamos. Pero en su momento, los responsables de esa política científica pensaron que podía ser lo más adecuado y los promotores de parques científicos y tecnológicos en España se endeudaron enormemente, esperando que el Ministerio corrigiese ese error. Llegando a su tercera etapa, el Parque se inauguró en 2007. Los gestores de esa fase llenaron el Parque de actividad. Pero se enfrentaron enseguida a la gran crisis global y pronto se puso de manifiesto la imposibilidad de devolver la inmensa deuda contraída, por diversos motivos. Entre ellos la no concreción de compromisos adoptados en años pretéritos de aportaciones cuantiosas por parte de las administraciones. Los responsables de la gestión, las instituciones, el patronato del Parque, todo el territorio en general, aguantaron como pudieron durante cuatro años esa situación. Pero aguantaron, logrando que el proyecto se mantuviese a flote a pesar de las dificultades. ¿Por qué aguantaron? Por responsabilidad. Y por la evidencia que el acceso a la norma –ir a concurso de acreedores- destruiría el proyecto. Además, al ser el Parque una entidad pública y siendo la deuda también pública, el uso de la norma se convertía en una artimaña ya que perjudicaba a quién debía defender, al principal acreedor. La solución de ese problema debía ser pública y política, no jurídica. Pero en 2013 llegó un nuevo equipo de gobierno a la Universidad. Llegó democráticamente, por supuesto. Pero carecía de experiencia e iba sobrado de ingenuidad y prepotencia. Asumió una política de crítica a todo lo anterior, de revisión, que se sustentó en algún medio de comunicación y periodistas, panfletarios locales. ¿El porqué de ese proceder de las nuevas autoridades? Supongo que se trataba de visualizar una revolución, muy mal entendida, a mi modo de ver. Pero además, el nuevo equipo no quería problemas, no quería responsabilidades. El caso es que ese nuevo equipo de gobierno visualizó rápidamente la mejor manera para evitar problemas suyos en el Parque: La norma; concurso de acreedores, aunque no fuese legalmente obligado. Sabíamos que la medida llevaría a la destrucción del proyecto. Pero se asumió.
Efectivamente, el proyecto está ahora, varios años después, en liquidación y la solución es mucho más complicada que antes. Ese Parque, en todas y cada una de sus etapas, tuvo a gente emprendedora, constructiva, implicada, promoviéndolo y guiándolo. Excepto en la última. Y con ésta ha bastado. La norma (aunque sea una Constitución, o precisamente más en este caso) no es el recurso para gestionar el avance de los ecosistemas y de las sociedades. Es necesario proteger el sistema de gobernantes que anteponen sus miedos e inseguridades a los del proyecto que deben liderar. Un país, un ecosistema, sólo avanzará si los que quieren construir no se ven frenados por los que sólo quieren ampararse en la norma, para evitar moverse, por inseguridad. Debemos apostar por perfiles constructivos, positivos y emprendedores.
Y, para los que podáis decidir en qué grupo situaros, sabed que la pregunta que nos hacen al final de nuestros días ha cambiado. Ahora ya no es “¿Y tú que has hecho en la vida?”. La pregunta ahora es “¿Y tú que has construido durante tu vida?”.
Deseo que el Nuevo Año nos traiga motivaciones emprendedoras para todos. ¡Feliz Año 2018. Un fuerte abrazo!