En la última década del siglo pasado hablábamos de la “Nueva Universidad” e invitábamos a referentes internacionales para que nos explicasen qué era y qué significaba. ¿A qué nos referíamos? ¿Quiénes eran esos referentes internacionales?[1] ¿Qué tipo de Universidad debíamos construir?
Esta entrada trata de resumirlo a través de una adaptación de la ponencia presentada por el profesor Henry Etzkowitz en el Nobel Symposium “Science and industry in the 20th Century” organizado por el Center for History of Science (Estocolmo, noviembre de 2002). El profesor Henry Etzkowitz autorizó la traducción para incluirla en el número de la Revista Iniciativa Emprendedora que coordiné junto con el profesor Jaume Valls en el año 2003. Creo que es el mejor texto para responder las preguntas anteriores.
Etzkowitz se refería a revoluciones académicas. La primera tuvo lugar a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la investigación se convirtió en una nueva función de la universidad (hasta entonces la Universidad sólo impartía docencia). En aquel tiempo, hubo mucha oposición a que la actividad investigadora alejase a los profesores de su papel tradicional como docentes. Y sin embargo, el cambio tuvo lugar. Hoy (a partir de aquí los tiempos verbales nos sitúan en la década de los 90), la universidad está pasando por una segunda transformación en la cual el desarrollo económico se suma a la investigación y a la docencia como legítimas funciones de la universidad. La docencia no desaparecerá de la universidad: es demasiado costoso prescindir de ella y contraproducente para otros objetivos. Por ejemplo, los estudiantes no solamente son investigadores en potencia, sino que son futuros ex-alumnos que pueden hacer donaciones o apoyar políticamente a la universidad donde estudiaron.
En el siglo XIX hubo algunas universidades investigadoras que trataron de subsistir sin estudiantes de primer y segundo ciclo. Enseguida cambiaron de planes y volvieron a abrir sus aulas. A principios del siglo XXI, aunque las universidades se conviertan en agentes mucho más activos en el desarrollo económico, participando en la política científica y social de sus propias regiones o estados, conservarán su función tradicional como investigadoras y docentes. Esta “capitalización del conocimiento” es la base de la nueva misión de la universidad: estrechar las relaciones entre las universidades y los usuarios del conocimiento y hacer de la universidad un agente económico de pleno derecho.
Cada vez que la universidad incorpora una nueva misión, ésta provoca reestructuraciones en la forma de llevar a cabo la misión anterior. Así, cuando la universidad asume la investigación como una de sus misiones, se enseña a los estudiantes a investigar, por lo que la investigación pasa a formar parte de la función docente. Y al mismo tiempo, cuando los estudiantes hacen ejercicios de investigación como parte de su formación, se generan conocimientos nuevos, con lo cual la investigación entra en la misión educativa y la docencia entra en la misión investigadora. Cuando se introduce el desarrollo económico y se lleva a cabo a través de la docencia y la investigación, se crea una dinámica parecida. Cada misión, en lugar de percibirse como una función separada, pasa a interrelacionarse con las demás, aunque no sin controversia ni permanente tensión. Sin embargo, la ampliación de cada misión a través de las otras, es una de las razones por las que la universidad, poseyendo una forma de organización flexible, tiene ventaja sobre otras formas de organización más especializadas, como por ejemplo el instituto de investigación o la empresa convencional.
La segunda revolución académica también ha hecho aumentar el número de universidades. A medida que gana terreno la tesis del desarrollo económico basado en el conocimiento, cada región quiere tener su propia universidad. Atraer a los mejores estudiantes y profesores en algunas áreas se convierte en una estrategia de desarrollo económico que aumenta el crecimiento de la institución académica.
Una universidad emprendedora transforma ideas en actividad práctica, capitaliza conocimientos, crea nuevas empresas y servicios y gestiona el riesgo. Los elementos clave de la universidad emprendedora son:
(1) la organización de grupos de investigación,
(2) la creación de una base de investigación con posibilidades comerciales,
(3) el desarrollo de mecanismos organizativos que trasladen la investigación fuera de la universidad en forma de propiedad intelectual protegida,
(4) la capacidad de crear empresas dentro de la universidad y
(5) la integración de elementos académicos y empresariales en nuevas unidades operativas tales como centros de investigación universidad-empresa.
La universidad emprendedora es un fenómeno emergente. La característica más importante de la universidad plenamente emprendedora es que los problemas de investigación se formulan tanto por parte del entorno como desde las propias disciplinas científicas de la universidad. En su plena dimensión, el planteamiento de los problemas de investigación proviene de la interacción entre investigadores de la universidad y agentes externos del entorno económico-social, en forma de proyecto en común. De hecho, lo que en el modelo anterior se habría considerado “externo”, es menos externo cuando las fronteras se difuminan. De la misma forma en que se complementaban docencia e investigación en el modelo clásico de universidad investigadora, se complementan ahora la investigación y la actividad del entorno económico y social.
En la universidad investigadora y en la etapa de su transición a universidad emprendedora, la forma de organización, por excelencia es el grupo de investigación formado por profesores y estudiantes. En cambio en la universidad emprendedora lo es el “centro” (institutos y centros de investigación). La entidad conocida como “centro” era originalmente un mecanismo interno de la universidad para que profesores de diferentes disciplinas se conocieran y trabajaran conjuntamente en proyectos interdisciplinarios permanentes. Esta función de ampliar fronteras que tenía un centro se ha extendido más allá de los límites formales de la universidad, para atraer a miembros de otras organizaciones externas a la universidad.
Estos centros cuentan normalmente con miembros de la universidad y miembros de fuera de la universidad, que participan juntos en la formulación y la ejecución de la investigación. En este modelo, la investigación, la educación y las “relaciones exteriores” se encuentran en un único escenario donde los distintos intereses de los agentes implicados convergen. Otra variante o modelo sería la nueva universidad emprendedora organizada en torno a un parque científico, instituto de investigación o grupo de empresas. Este tipo de instituciones académicas han surgido como extensión de una empresa o de un instituto de investigación.
Tal y como se ha descrito, la universidad ha ampliado su misión por lo menos dos veces desde sus orígenes en el siglo XIII: ha pasado de preservar y propagar conocimiento a investigar y producir nuevos conocimientos, y más recientemente, a utilizar estos conocimientos en varias formas. Así, en cada paso, la universidad ha asumido nuevos cometidos que han requerido de cambios ideológicos y organizativos con respecto al concepto de universidad. Pero, a pesar de incorporar nuevos y presuntamente contradictorios papeles y funciones, la universidad todavía mantiene su identidad. ¿Cómo se ha mantenido unida la universidad en lugar de disgregarse? La respuesta es que cada uno de estos nuevos roles ha retroalimentado y enriquecido la realización de las funciones previamente asumidas. Por eso la universidad se ha mantenido unida como institución a pesar de llevar a cabo funciones que pueden parecer opuestas.
El origen de cada transición de la universidad está siempre en parte en las misiones previas. Cada una de las nuevas misiones empieza a desarrollarse a partir de la anterior. Las dos misiones anteriores a la actividad emprendedora de la universidad son la docencia y la investigación.
Por muchas razones, es importante reunir en una misma institución las funciones crítica, investigadora y productiva. Ciertamente, las mejores universidades son las que integran las tres áreas. Stanford, que estuvo a la cabeza de la creación de Silicon Valley, es también una universidad líder en humanidades y ciencias sociales, así como en medicina o física. El MIT, que se considera una universidad principalmente tecnológica, ha tenido desde el principio potentes departamentos de estudios humanísticos, aunque no humanidades en general, sino las humanidades que eran pertinentes para las ciencias tecnológicas.
La idea de universidad como fuerza activa en la creación de empresas y en el desarrollo económico regional se ha extendido en el espacio, desde el MIT hasta Stanford, y después por todos los EE.UU y por todo el mundo. Fundado en 1864 para potenciar el desarrollo económico de base tecnológica, el MIT ejemplifica que la legitimación de múltiples funciones como complementarias (desarrollo económico, investigación y docencia) crea un marco ideológico adecuado para la universidad emprendedora.
El hecho de unir la generación de actividad económica a la dimensión académica puede crear una dinámica de desarrollo social y económico que se sustente por sí misma. En el modelo emprendedor, la universidad forma y educa tanto a organizaciones como a individuos.
[1] Bajo mi punto de vista, son dos los principales: Henry Etzkowitz y Burton Clark